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Inducción, oxitocina y haptonomía

 

Estaba embarazada de mi segundo hijo y deseaba con  todas mis fuerzas un parto lo más respetado posible. Mi primer hijo había nacido por una cesárea traumática y junto a mi pareja, decidí informarme y poner todos los medios para que ni mi hijo, ni yo, tuviéramos que pasar por una situación similar. De mi búsqueda por un nacimiento mejor para mí hijo llegamos a la haptonomía y así contactamos con Pilar que casualmente era  la matrona con la que habíamos hecho la preparación al parto con nuestro primer hijo Samuel. Había leído mucho acerca de lo que era la haptonomía, la Ciencia de la afectividad, confirmar al otro en su existencia, pero jamás podría imaginar lo afortunada que me iba a sentir de poder vivir un acompañamiento haptonómico. Poco a poco fuimos conociendo lo que la haptonomía era, lo que nos podía aportar a nuestra familia y el vínculo papá/mamá/bebé se iba afianzando en el tiempo.
Las primeras sesiones eran una toma de contacto con nuestro cuerpo, por medio del contacto afectivo confirmante íbamos adquiriendo, sin saberlo, seguridad en nuestro embarazo, en que esta vez todo sería diferente…
Cuando nuestro pequeño ya empezaba a moverse, comenzamos a jugar con él, poniendo mis manos sobre mi vientre y Pilar o Miguel sobre mis manos para así hacerle sentir al bebé que todo estaba bien, que afuera estábamos con él .Por medio de las caricias le hacíamos saber que estaba unido a nosotros, integrado afectivamente a nosotros.
Todos los días buscábamos una hora en la que poder llevar a cabo todo lo que nos enseñaba Pilar en las sesiones. Nuestro pequeño haptonómico nos llamaba y saltaba de un lado a otro cuando tardábamos en comenzar y nosotros cada vez disfrutábamos más de nuestra tríada, de nuestra fusión tan ajena al mundo. Cuando estábamos juntos, era como si el mundo se parara, no había prisas ni miedos, todo era paz, seguridad, calma.
Así Héctor iba creciendo en afectividad dentro de mi útero, alegrándonos y haciéndonos sentir, especialmente a mí, tan segura, tan fuerte y capaz de llegar a lograr que tuviese un nacimiento sin violencia.
Todo marchaba muy bien, llevaba un embarazo normal, sin varices, estrías, sin dolor de espalda, etc. , feliz, con mi pequeño haptonómico creciendo en seguridad y confianza, hasta que en una revisión de rutina , los ginecólogos observaron que el índice de líquido amniótico era bajo para la fecha de embarazo (aproximadamente 30 semanas). Ese día fue el comienzo de unos días angustiosos, de incertidumbre vital, primero por la seguridad y el bienestar de Héctor  y después porque veía que mi sueño de buscar el mejor nacimiento para mi hijo se alejaba poco a poco. Así vinieron las ecografías casi semanales, en las que el líquido amniótico era cada vez más escaso. Qué suerte tuvimos de poder contar con Pilar en todo momento, que con su sencillez y sabiduría nos decía constantemente “Tranquilos, que el chiquitín está bien, está segurizado, no temáis”. Hablábamos con Héctor constantemente, tranquilizándole, confiando en él y nos regalaba tantos momentos especiales cuando se movía, cuando le enseñábamos el camino del nacimiento y él bajaba lentamente.
Cada ecografía, cada consulta, cada monitorización suponía para nosotros una batalla ganada a la burocracia y a la despersonalización que algunos ginecólogos tienen hacia nosotras, las mujeres. Qué diferente era nuestra matrona de algunos ginecólogos, con que cercanía y cariño nos acompañó en todo el proceso y cuanto amor ponía en cada sesión.
Llegó un momento en que en una revisión quisieron dejarme ingresada para inducción de parto, debido a que el líquido amniótico ya estaba muy bajo. Nos negamos rotundamente, aunque con miedo porque más importante que lograr un parto respetado era el bienestar de Héctor, pero todo indicaba que todo estaba tan bien… así que decidimos bajo nuestra responsabilidad esperar. Yo sabía, en el fondo de mi alma, que Héctor nacería pronto. Llevaba tiempo con contracciones irregulares, había expulsado el tapón mucoso y hablaba con mi pequeño constantemente, pero el miedo inhibía que el proceso del parto se desencadenase, así que a 4 días de mi fecha probable de parto, Héctor seguía sin nacer, y digo yo ahora ¿qué esperábamos? Aún no era su hora…
Así fue como en la última revisión, me dijeron que ya no tenía sentido alargar más el embarazo, me inducirían el parto con oxitocina. Ufff, lloré amargamente, por Héctor, por mí, por mi pareja, que se merecía estar junto a su hijo en su llegada al mundo, por todas las mujeres a las que se les había robado el momento más feliz de sus vidas, por todos los niños que no habían nacido de una forma respetuosa.
Una vez aceptada la realidad, comenzó la inducción y en todo momento explicamos al bebé lo que iba a suceder y empezamos a acompañarlo para su llegada al mundo. Respondía muy bien a la oxitocina  y el matrón  y los ginecólogos veían buenas expectativas a la inducción. La dilatación iba muy rápida y segura, pero el bebé estaba alto, con lo cual tenía que cambiar de postura constantemente. Yo sabía que en cuanto Héctor estuviese preparado bajaría, además durante todo el embarazo mi pequeño había jugado a subir y bajar como una lagartijilla. Poco a poco empecé a sentir ganas de empujar, mi matrón vino y dijo que ya estaba en dilatación completa, no podía creérmelo, ¡¡¡lo habíamos conseguido!!! ¡Miguel, Héctor y yo! En ese momento sentí como mi niño iba poniéndose en disposición de nacer, yo le llamaba indicándole el camino, y él iba dándose la vuelta y pasando por ese camino que tantas veces habíamos soñado. El expulsivo duró menos de 20 minutos y cuando pude tocar la cabeza de Héctor con mis manos y sentir la mano firme y segura de Miguel a mi lado, me sentí la mujer más fuerte del Universo y en un momento la cabecita de mi niño salió sin episiotomía, con un pequeño desgarro y después el cuerpecito salió sin esfuerzo, resbalando, sin dolor. Se cortó el cordón  umbilical y Miguel me lo presentó y lo puso encima de mi vientre. Me miró con esos enormes ojos ávidos de ver cosas y conocer  y se paró el mundo, qué intensidad de mirada, pensé. Al poco rato, después de besarlo, acariciarlo y mirarnos, lo pusimos al pecho y ¡empezó a mamar con una fuerza y seguridad increíbles!
En estos días,  puedo afirmar que una y mil veces repetiría el acompañamiento haptonómico porque  ha significado en mi vida una revolución, una transformación que ha ido más allá de una preparación al parto, o una estimulación temprana. Héctor tiene ahora 14 meses  y es un niño feliz, seguro, con una mirada y un saber estar especiales. Nos asombra cada día su capacidad de aprendizaje, su autonomía, su personalidad, la forma en que trata a su hermano. Poco a poco vamos descubriendo un niño apasionante que nos enseña todos los días algo nuevo, sumado esto al amor que vemos se tienen nuestros dos preciosos hijos.
Podría escribir miles de folios expresando todo lo que la haptonomía ha logrado despertar en mí, en mi familia y cada “proeza” que nuestro hijo pequeño realiza cada día, pero si tuviese que  describir  qué ha supuesto la haptonomía para mí, diría que he sido una afortunada por tener el privilegio de acompañar a mi hijo desde la afectividad, desde el contacto y que él haya experimentado el sentirse sostenido y amado incondicionalmente ya desde el útero. A través de su acompañamiento aprendí a mirar de forma diferente a su padre y a su hermano y tal vez diría que a mí misma. Ojalá todas las personas pudiesen tener acceso a este intercambio de amor y de ternura en sus vidas.
Gracias a Pilar Gómez, nuestra amiga y matrona, por habernos acompañado en todo este camino maravilloso.


A.C.A.  Marbella, 2011

COMENTARIO:

Observaciones: seguridad de base, tríada afectiva, acompañamiento a pesar de ser el parto en ambiente hospitalario que se manifiesta en el resultado final, participación del padre dando seguridad a la madre y al bebé, “mano firme”…

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